César Quispe
Cómo quieres que me calle, si soy un pétalo tiritando
a un costado de tu vientre,
cómo quieres que de mi boca no nazcan las palabras
si la noche es lenta en su latir de cuervo viejo y ciego.
Cómo quieres que encienda los fuegos,
la ardiente sombra que tu cuerpo trae
a escondidas cuando el puerto duerme.
Cómo quieres que apague todas las velas
si el mar y la arena se alejan al sentir el crepitar de nuestros besos.
Sólo déjame un instante, suspendido en este tiempo,
para que mi muerte sea néctar de pájaros.
Sí, déjame un instante, tan solo un instante,
para coger mis herramientas de obrero y socavarte (cabalgarte)
tu piel de yegua,
tu risa de yegua,
tus ojos de yegua,
tu centrada piel donde se parte la tierra cuando cabalga el viento,
tu corazón sediento en la orilla del mar que poco a poco florece,
tu vientre donde guardas grandes tesoros reinales que nadie ha desenterrado,
tu ardiente labio que se retuerce en el tiempo de un relojcorazón.
Un instante, y en nuestro amor sonará un cercano canto
como el cielo azul y la tierra árida, donde descansan los huesos
de los ancestros
pidiendo un poco de nube que haga calmar la sed
que llevan puesta hace miles de años.
Cómo quieres que no diga una palabra sin pensar en tu aliento a gata
limpiando el firmamento, en tus dedos que son como las hojas
que florecen en los troncos secos y desiertos.
Déjame recogerte un poco el cabello, que cuelga
como péndulo debajo de esta sábana.
Déjame recogerte el aliento que nos
socava
(cabalga),
florece,
para que emerja, de nuestra piel, el cuerpo
de una flor para esta tierra
donde tú y yo somos un aliento perfecto.
No te detengas bajo la lluvia, salta, ahuyenta con tu gemido el viento,
cansa con tus pies al camino, para sentir la mordida muerte
que brota en el término de tu espalda cuando mi piel te socava
con el picocolibrí atado a mi cuerpo sediento.
Y al instante, descenderemos hasta nuestros tobillos,
para oler nuestro humano perfume
explotándose en el centro de nuestros corazones.
Allí, nos encontraremos con esos ojos recién nacidos,
con ese brotar de la primera palabra en un idioma que tan sólo tu piel conoce.
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